¿Por qué hemos dejado de escuchar a nuestro cuerpo?

Es increíble cómo el ser humano ha podido crear en tan poco tiempo el mundo donde vivimos. Nuestras ciudades están llenas de servicios que nos ofrecen ocio, comodidades y placer infinito.
Hemos sido capaces de combatir cualquier disconfort que nos ofreciera la naturaleza: contra el frío, la calefacción; contra la suciedad, productos químicos y jabón; contra la distancia y el tiempo, medios de transporte; contra el mal olor, perfumes y ambientados; contra los dolores, pastillas; contra el aburrimiento, la televisión; contra el hambre, la agricultura, contra la sed, el grifo…
Así, aunque vivimos en una sociedad llena de comodidades también hemos silenciado a nuestro cuerpo dejando de escuchar a sus señales homeostáticas que tan necesarias nos han sido para nuestra evolución y supervivencia. Si nos paramos a pensar, somos el único animal al que necesita que le digan qué, cuándo y cómo comer.
Por ejemplo, si leemos que lo mejor es comer 5 veces al día para no llegar con mucha hambre a las comidas y así comer de forma controlada y además activar a nuestro metabolismo, haremos todo lo posible para programarnos las horas del día con nuestros menús. No nos pararemos a sentir y escuchar a nuestro organismo, haremos un planning detallado a las horas a las que voy a comer independientemente de si mi cuerpo lo necesita o no.
Parece que lo que nos está transmitiendo la sociedad es que tenemos que tenerle miedo al hambre o a cualquier sensación que no sea placentera. El hambre es necesario y es una señal de nuestro cuerpo que nos indica que tenemos que movernos para conseguir alimentos, las reacciones metabólicas que tienen lugar durante la digestión son muy diferentes a las que tienen lugar cuando nuestro cuerpo no está digiriendo, y éstas últimas son necesarias, ya que, con el estómago vacío nuestro cuerpo utiliza la energía para la reparación de las células de nuestro organismo, y se sirve de los sustratos energéticos acumulados para permitirnos realizar actividades con motivación. El hambre agudiza el ingenio.
Otro ejemplo de miedo al hambre, puede ser el de cuando éramos pequeños y nuestra madre nos obligaba a desayunar antes de ir al colegio aunque no nos entrara nada en el estómago. Lo cierto, es que es una respuesta natural del cuerpo (hasta hace muy poco en términos evolutivos, no hemos tenido la comida al lado nada más levantarnos, sino que teníamos que ir a por ella) y es normal no sentir hambre hasta 3-4 horas después de despertarnos. Nuestra madre tenía miedo a que no tuviéramos energía en esas primeras horas en el colegio, pero lo cierto es que estamos diseñados para obtener energía a partir de nuestros depósitos de grasa, nuestro cuerpo no estará ocupado en la digestión y la energía en vez de concentrarse en el aparato digestivo irá a otras partes del cuerpo.
Cuando vamos creciendo, vamos perdiendo ilusión y motivación por nuestro día a día y ya sea por hábito, aprendizaje o por comenzar el día con un poco de placer, no solemos salir de casa sin tomarnos un café o algo dulce. Sentimos que si no lo hacemos nos falta energía, pero te puedo decir que lo que le pasa a tu cuerpo es que se ha habituado a empezar el día con cafeína y azúcar y que si de repente se lo quitas lo echará en falta. Son pocos los días que necesitas para adaptarte a un nuevo cambio y a poder sentir que si no tienes hambre y no comes, los niveles de energía son mucho mayores que si le estas haciendo al cuerpo que trabaje constantemente.
Con esto, no quiero decir que si tienes hambre a la hora de desayunar no lo hagas. Escucha a tu cuerpo, si sientes hambre real come, si no tienes hambre real y en vez de ello es emocional o a una falsa alarma de bajada de azúcar, espera a tener esa sensación tan satisfactoria ¡Hambre! porque no sólo vas a disfrutar mucho más de la comida, sino que también sentirás más energía a lo largo del día y tu cuerpo y mente te lo agradecerá.